Yo se lo que queres, pero mejor no te lo doy

Por si a esta altura quedaba alguna duda, confieso que estoy sumamente interesada en el uso de la tecnología. Ello a pesar de los múltiples discursos que a diario me circundan, y que insisten en recordarme que la tecnología no es más que un vil artilugio del capitalismo, en su afán de dominación. A todos ellos les tengo una mala noticia: Ya hemos sido dominados por el capitalismo, hace rato, y por mecanismos bastante menos sutiles que la tecnología. Es por eso que prefiero tomar conocimiento de los adelantos tecnológicos y en vistas de ello, decidir qué utilizar, resignificar, denostar y demás.

Ahora bien, existe algo que me molesta soberanamente (Epa!!! pensaron que iba continuar esa frase?) y que está relacionado con la promoción del software que realizan algunas empresas productoras. Detesto a las compañías que se deshacen en elogios hacia el programa que han fabricado, con la sola intención de generar en mí un deseo irrefrenable de uso, y que no sólo no se conforman con tentarme, sino que además me lo ofrecen, para que yo haga uso y abuso de él... pero eso sí, por un lapso de 15 o 20 días, vencido el cuál, deberé hipotecar mi casa y/o entregar mi alma al diablo, si es que pretendo seguir utilizándolo. ¿Qué cuernos es esta histeria tecnológica? ¿Cómo se atreven a hacerme desear en esta forma? Máxime teniendo pleno conocimiento de que el programa que ofrecen es absolutamente irresistible. Porque si fuera una reverenda porquería, bueno... lo usé un par de días y listo. En cambio estos malditos depravados ponen en manos de una inconsciente como yo, un software, cuya ausencia provocará que la vida de cualquier ser humano (medianamente normal) carezca de sentido y se precipite hacia las más diversas formas de la autodestrucción.

Semejante acto de salvajismo es sólo comparable con esta situación. Simon Gallup se me aparece y me dice: ¿Te gusta mi Gibson Thunderbird? ¿Queres tocarlo? Vení, acercate.

Y yo, en la terrible disyuntiva entre tocar el bajo y abalanzarme sobre su dueño, me decido por el Gibson (con la sola intención de no asustarlo tanto, claro está) y en el preciso instante en el que intento agarrarlo, él me dice: No, no, me entendiste mal, no podes "ejecutarlo", sólo podes "tocarlo", pasá tu manito por el mango y ya...

Luego de describir esta escena tan terrible, me dirijo a los productores de software para recomendarles que depongan su histérica actitud y hacerles saber que es mucho más sano que se limiten a hacer una descripción en extenso de su producto. Porque eso de dar algo y luego quitarlo, más que táctica empresarial parece gataflorismo de cuarta.