Proyectá nomás que yo resignifico

El servicio de televisión por cable es definitivamente magnífico. El televidente comprueba que -lejos de ver películas relativamente nuevas por la pantalla chica- la mayoría de los canales se disputan la repetición de la misma programación. Es así que puedo afirmar sin temor a equivocarme, que en lo que va de enero (descontando los días en que no estuve en Buenos Aires y aquellos en que no miré televisión, es decir la mayoría) contabilicé la proyección de Perfume de Mujer, 13 veces, pero por diferentes canales claro está.

Esta circunstancia que puede provocar el encono de ciertos usuarios, no hace otra cosa más que generarme felicidad. Al margen de sentirme reconfortada por el malestar ajeno, lo cierto es que la incesante repetición de las películas, me permite encontrarles nuevos sentidos.

Sorpresivamente, el día domingo proyectaban la película "Mejor, Imposible" o "As good as it gets", en la que trabajan Jack Nicholson y un perro chiquito (Si, hay más actores, pero no importan, Jack y el can se roban el film).

Lo sorpresivo radica en que no es usual ver esta película en el cable, lo que me hace suponer que, a partir de ahora, la van a dar hasta el hartazgo, desbarrancando así al pobre Al Pacino y a su prominente carrera televisiva. Lo cierto es que, al ver "Mejor, Imposible" nuevamente, descubrí ciertas cuestiones de las que no me había percatado anteriormente. Su protagonista es un escritor obsesivo-compulsivo, intolerante y pedante (Dios, ya me siento muy identificada con el personaje) que desprecia a la gente y no establece ningún tipo de contacto con ella. Luego de una serie de acontecimientos que me abstendré de comentar porque no vienen al caso, el tipo comienza a relacionarse con su vecino gay, con el perro chiquito (ese perro tiene una gran carrera por delante), con una mujer, con el hijo de ésta y con otro tipo más que no interesa. Y a partir de ese momento, su vida da un vuelco contundente. El guionista intenta convencernos de que la vida de este hombre ha mejorado notablemente, puesto que se ha convertido en un ser sociable. Sin embargo, con sólo ver la película, uno advierte todo lo contrario. Porque a partir del aterrizaje de toda esta comparsa de desamparados, la vida del loquito empeora: comienza a preocuparse por los problemas de todos, y a resolverlos, sufre por amor, recibe ataques continuos por su carácter (Dios, como si fuera culpable de ser así! Qué barbaridad!), que pondrían en jaque hasta a la personalidad del mismísimo Freud y así. El único que le brinda una dosis de alegría es el perro (No podía ser de otra manera, porque se lo ve muy simpático, y que pedazo de actor, por favor!)

Una vez más, Hollywood nos enseña algo: que el verdadero infierno es el "Otro", que es mejor estar loco y solo antes que mal acompañado y que nada se compara con la alegría que nos puede brindar un perro chiquito o grande (el de la película era chiquito, por cierto).