Juro que no lo hago más...

A ojo de buen cubero (esta frase me parece formidable) podría afirmar que hace alrededor de unos 10 años que chateo. La web ha evolucionado mucho desde aquella época y los cambios tecnológicos han ocasionado variaciones en el plano comunicacional.

Esta introducción, que parece digna de un tratado de comunicación de poca monta, sólo pretende contextualizar una observación estival que quiero compartir aquí. Recuerdo que una de las cosas que más me asombró del chat era su registro "sui generis", puesto que compartía la misma materia que la escritura, pero tenía la inmediatez de la oralidad.

Ahora bien, como cualquier práctica nueva, el chat estaba abierto a muchas posibilidades de enunciación, todo era cuestión de probar y en muchos casos, algún estilo de chateo se imponía en un canal determinado y así adquiría la categoría de código.

La comunicación cara a cara excede el mero uso de las palabras. De ahí que los silencios, los gestos y el lenguaje kinético adquieren una significación esencial (el cuerpo siempre habla, es bueno saberlo), pero cómo se hacía para significar un silencio, en un chat. Bueno, en aquellos tiempos se me ocurrió que una buena forma era apelar a la utilización de los puntos suspensivos. De más está decir que a millones de personas se les ocurrió lo mismo (debo confesar que nunca he sido demasiado original) , y así comencé a inundar pantallas propias y ajenas con este signo ortográfico.

Lo confieso: hice estragos. Podía dejar las cosas a medio entender, sugerir y dejar librado a la interpretación del otro casi todo lo que yo dejaba inconcluso; pero sucedió algo con lo que no contaba. El uso devino en abuso y los pobres puntos suspensivos fueron desvirtuados hasta el extremo de perder toda su significación original. Me percaté de esta nefasta consecuencia cuando llegué a chatear con alguien que adhería los 3 puntos al final de su nick. Así, en forma absolutamente incomprensible, yo dudaba si "Roberto..." (nótese que la elección del nombre "Roberto" para ejemplificar lo expuesto, es absolutamente arbitraria) ocultaba su apellido porque era demasiado común, ó porque se trataba de alguien sumamente famoso, o porque quería darle a entender al mundo que se trataba de una persona misteriosa, digna de ser conocida.

Como ya no quiero ser cómplice de "Roberto..." (creo que esto no debía decirlo), ni de esta sistemática destrucción de la lengua castellana, este año me he propuesto utilizar los puntos suspensivos en su justa medida. Total, ahora ya no los necesito, ya que me hice adicta al uso de los paréntesis y a las infinitas posibilidades de acotación que éstos me ofrecen (...)